Por: Haziel Scull Suárez
Cecilio Avilés Montalvo (1944- 2022) dejó un legado eterno. No solo por lo extenso de su obra; encabezada por uno de los cómics más reconocidos del país, Cecilín y Coti, sino por su compromiso con el noveno arte en sí mismo, que fue su gran pasión.
Maestro de generaciones, su obra no se encierra solamente en la del archiconocido pionero y su cotorra, sino que se extiende a otros cómics como Marabú y Yami. Su papel como defensor de la manifestación provocó la publicación de dos valiosos volúmenes enfocados en el rescate y promoción de un arte que venía languideciendo lentamente y a la que dedicó su vida.
No puede hablarse de Cecilio sin hablar de Cecilín, un cómic, además, al que no se le ha prestado toda la atención y estudio necesarios- cosa que ha sucedido también con Yeyín, Matías Pérez, Matojo, etc.- siendo esto una deuda del patrimonio plástico cubano con el noveno arte y la cultura cubana en general.
El mencionado cómic tiene una historia de larga data: su primera publicación es del año 1979. Inicialmente se concibió como una tira cómica en el que fuera, en ese momento, el semanario Pionero y ya un año después debuta como dibujo animado. Cecilio fue un hombre que, a finales de la década del 70 del siglo XX, formaba parte del gran universo de autores que comenzaron prestigiando al cómic cubano y terminaron siendo referentes del mismo años después. De ello habla Paquita Armas en La vida en cuadritos[1], realzando su pragmatismo y talento con el noveno arte.
Cuando Avilés realiza el diseño de la que luego se convierte en su historieta icónica, estaba intentando realizar, además, la ruptura con el estereotipo del personaje negro en la historieta cubana. Sin entrar en un análisis cronológico y, mucho menos, comparativo, la visión y representación de las figuras negras en la historieta cubana, respondían (muchas veces incluso de manera inconsciente) a la concepción general de subordinado, acompañante, bufón, tonto y- en menor medida- villano. Y aunque generalmente los autores cubanos de los años 30 y 40 de la pasada centuria querían romper con lo que Jan Nederveen llama parte del mobiliario psicológico y cultural de los que están en el mainstream de la sociedad[2], muchas veces se lograba a medias o, simplemente, no acontecía.
Esto lo sabía Cecilio cuando tiene su debut. Lo sabía porque conocía de los antecedentes del cómic en Cuba y era su intención no repetir patrones ya superados culturalmente tras el Triunfo de la Revolución.
¿Cuál es entonces la conducta que le otorga dentro de la conformación de este personaje cuando lo crea? Primeramente, barrer con el estereotipo racial. Entendiendo los estereotipos raciales como un eslabón en las múltiples cadenas de la jerarquía social[3], decodificarlos, en tanto son vistos como representaciones de elementos sociales, es una condición necesaria que se logra mediante sus actitudes sociales, escolares o patrióticas. Por lo cual, habría que encontrar una forma en la cual, la pigmentación del personaje no trascendiera tanto como sus actitudes, sin embargo, estas mismas actitudes fueran naturalizadas y asimiladas en la mente como propias de negros y blancos.
Cecilín, es el tipo de muchacho que se encuentra en el punto medio entre el estudiante integral y el pionero detective que, acompañado de su inseparable cotorra, van teniendo un sinfín de aventuras en las cuales su condición de intransigencia ante lo mal hecho e incorruptibilidad, pretende ocultar (o tal vez hacer notar) su condición de joven negro.
Evidentemente hay en él un gran componente autobiográfico. No es Cecilín un álter ego de Cecilio, pero sí tiene elementos comunes: tono de piel, gusto por la música, nombre y actitud combativa, que pueden ser encontradas en el autor. Cabe destacar que sus otros dos reconocidos personajes, Marabú y Yami, mantienen el tono de piel oscuro y se presentan también como defensores del orden, una especie de salvadores de lo público y lo correcto. Esto abre una brecha en las formas de ver que luego aprovecha óptimamente Maykel García con su historieta Tito.
Hombre multifacético en el espacio creativo, sus proyectos en cuanto a la promoción de la historieta se hacen patentes en dos libros: Historietas, reflexiones y proyecciones e Historieta: 60 narradores gráficos cubanos. En ambas publicaciones desarrolla su pensamiento teórico sobre el cómic y convierte a los dos textos en bibliografía básica para el entendimiento de este arte en Cuba.
Su labor divulgativa, en cuanto a las artes plásticas en general y el cómic en particular, lo llevó a realizar cada mañana en el programa televisivo Buenos Días una sección de carácter didáctico. Es ahí, tal como lo había hecho años antes el caricaturista René de la Nuez, donde adentraba a, generalmente niños y adolescentes, en el mundo de la historieta y la ilustración. Para ello creó también la serie de libros Vamos a dibujar, la cual logró aceptación y espacio en el público.
Premio Nacional de Cultura Comunitaria en 2010 y Presiente de esa Comisión en la UNEAC, Avilés Montalvo se convirtió en un artista popular, en un referente de la cultura de masas en Cuba. Esto se debe en buena parte también, a su labor con el proyecto cultural comunitario Imagen 3 en el Paseo del Padro capitalino, una especie de cantera para los artistas de cómic del hoy.
Este maestro, quien desde la década del 80 había estudiado y reconocido las potencialidades de los artistas del patio, declaró en un momento que
El cómic en Cuba, tiene varios logros: en lo formal se asimiló lo mejor de la historieta norteamericana, y en lo conceptual se creó un héroe que responde a nuestras características. En lo dramatúrgico, personajes desarrollados; en el plano lingüístico, el uso adecuado de las onomatopeyas; y en la plasticidad, existen innegables avances[4].
Y es esta la idea con la que nos quedamos del gran Avilés, quien, siendo publicado y reconocido, llegó a comprender que una de las grandes limitaciones de la historieta cubana y su dinámica de edición es la restricción del espacio[5], siendo el gran reto de los artistas sobreponerse a este y lograr el éxito. Algo que hizo y, evidentemente, logró.
[1] Armas Fonseca, Paquita. La vida en cuadritos. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 1993. Pág. 27.
[2] Nederveen Pieterse, Jan. Blanco sobre negro. Colección Criterios, Centro Teórico-Cultural Criterios. La Habana, 2013. Pg. 15.
[3] Nederveen Pieterse, Jan. Blanco sobre negro. Colección Criterios, Centro Teórico-Cultural Criterios. La Habana, 2013. Pg. 15.
[4] Armas Fonseca, Paquita. La vida en cuadritos. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 1993.
Pág. 28.
[5]Así abundan temas sobre los mambises, la lucha contra bandidos o Batista, pero falta dedicarle espacio al amor, al arte, la amistad y otros aspectos que no se consideran importantes. Ídem. Pág. 27.
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